The Hangover 2 es idéntica a la primera y que bueno. Todd Phillips, su director, entendió correctamente que lo revolucionario de la original fue la estructura, la forma en la que se contó su historia. Y la secuela la repite.
Vi esta segunda parte en una sala de cine en Rio Hondo llena a capacidad. Para el momento en el que Phil (Bradley Cooper) le anuncia a su esposa que “baby, volvió a ocurrir”, que la noche se había descojonado, todo el mundo en la sala estaba gritando, aplaudiendo y meándose de la risa. Ese momento ocurrió en los primeros cinco minutos del filme.
En The Hangover 2 el que se casa es Stu (Ed Helms) con una mujer asiática, por lo que la boda será en Bangkok. Tracy (Sasha Barrese), la esposa de Doug (Justin Bartha) lo convence de que invite a su hermano Alan (Zach Galifianakis) para sacarlo de la depresión que lo consume, “lo único bueno que recuerda fue el viaje a las Vegas con ustedes”, dice ella. Doug convence a Stu de que invite a Alan, al principio Stu no quiere pero luego se rinde, lo invita y se jodió la cosa.
La película es más que efectiva. El volumen de la risa en la sala era tan alto que no se escuchaban las líneas que venían después de los chiste. La dirección está sólida, las actuaciones perfectas (estos tres están en su prime) y el guión es excelente en proveer suficientes “what the fuck?” moments como para hacer de esta una propuesta de comedia memorable.
Sin embargo, lo que llama mi atención no es lo efectivo del filme, ni los millones que está haciendo. Mi interés se va completamente a un asunto de gusto, timing y sociedad.
Amo el “stand-up comedy” y vengo siguiendo la carrera de Galifianakis desde hace años. Lo vi por primera vez en The Comedians of Comedy, con Patton Oswalt, Maria Bamford y Brian Posehn, un reality show/documental que pasaba Comedy Central los viernes a la 1 de la mañana. Él era el comediante en desarrollo. Pero, nunca había visto a alguien con su estilo. Su delivery, su ritmo, sus one-liners, su interacción con la audiencia y su eficacia en el piano lo hacían único.
“Tengo una novia que se parece un poco a Charlize Theron y un montón a Dog the Bounty Hunter”, decía acompañado de una melodía en el piano. También vi su especial de una hora Live at the Purple Onion a la vez que me preguntaba: “¿Por qué nadie ha descubierto a este cabrón?” (Galifianakis tenía 38 años cuando salió este DVD).
Con el tiempo me resigné a que él era otro de esos talentos que nunca encontraría un público masivo, un comediante marginal. A sus presentaciones asistían de 50 a 75 personas. “Mis fanáticas son las góticas obesas con acne en la espalda.”, vacilaba refiriéndose a lo limitado de su fan base.
Inclusive, luego descubrí que tuvo un talk show en VH1 y que se lo cancelarón porque nadie lo veía. Un talk show que mantuvo su específico sentido de humor hasta el último momento, en uno de los episodios (cuando el show ya estaba cancelado), se le ocurrió la idea de poner solo a una persona en las gradas. La persona se paró a mitad de programa y se fue. También, tuvo como uno de sus invitados a un lápiz, y Galifianakis le preguntó: “así que dime, ¿cómo es esto de ser un lápiz en Hollywood?”.
Entonces fue este pasado viernes, en la sala de cine en Rio Hondo, que llegué a la conclusión de que todo es cuestión de timing; que está de uno seguir trabajando, con o sin público aplaudiendo, porque la oportunidad llegará. Fue increíble ver a 400 personas en un cine riéndose de la misma sensibilidad que nadie veía en aquel talk show.
Galifianakis claramente improvisó mucho de lo que terminó en The Hangover 2 y a la gente le gustó lo que improvisó. A sus 42 años, luego de quemarse las pestañas haciendo comedia por 15 años para 30 personas…él se lo merece.
Vi esta segunda parte en una sala de cine en Rio Hondo llena a capacidad. Para el momento en el que Phil (Bradley Cooper) le anuncia a su esposa que “baby, volvió a ocurrir”, que la noche se había descojonado, todo el mundo en la sala estaba gritando, aplaudiendo y meándose de la risa. Ese momento ocurrió en los primeros cinco minutos del filme.
En The Hangover 2 el que se casa es Stu (Ed Helms) con una mujer asiática, por lo que la boda será en Bangkok. Tracy (Sasha Barrese), la esposa de Doug (Justin Bartha) lo convence de que invite a su hermano Alan (Zach Galifianakis) para sacarlo de la depresión que lo consume, “lo único bueno que recuerda fue el viaje a las Vegas con ustedes”, dice ella. Doug convence a Stu de que invite a Alan, al principio Stu no quiere pero luego se rinde, lo invita y se jodió la cosa.
La película es más que efectiva. El volumen de la risa en la sala era tan alto que no se escuchaban las líneas que venían después de los chiste. La dirección está sólida, las actuaciones perfectas (estos tres están en su prime) y el guión es excelente en proveer suficientes “what the fuck?” moments como para hacer de esta una propuesta de comedia memorable.
Sin embargo, lo que llama mi atención no es lo efectivo del filme, ni los millones que está haciendo. Mi interés se va completamente a un asunto de gusto, timing y sociedad.
Amo el “stand-up comedy” y vengo siguiendo la carrera de Galifianakis desde hace años. Lo vi por primera vez en The Comedians of Comedy, con Patton Oswalt, Maria Bamford y Brian Posehn, un reality show/documental que pasaba Comedy Central los viernes a la 1 de la mañana. Él era el comediante en desarrollo. Pero, nunca había visto a alguien con su estilo. Su delivery, su ritmo, sus one-liners, su interacción con la audiencia y su eficacia en el piano lo hacían único.
“Tengo una novia que se parece un poco a Charlize Theron y un montón a Dog the Bounty Hunter”, decía acompañado de una melodía en el piano. También vi su especial de una hora Live at the Purple Onion a la vez que me preguntaba: “¿Por qué nadie ha descubierto a este cabrón?” (Galifianakis tenía 38 años cuando salió este DVD).
Con el tiempo me resigné a que él era otro de esos talentos que nunca encontraría un público masivo, un comediante marginal. A sus presentaciones asistían de 50 a 75 personas. “Mis fanáticas son las góticas obesas con acne en la espalda.”, vacilaba refiriéndose a lo limitado de su fan base.
Inclusive, luego descubrí que tuvo un talk show en VH1 y que se lo cancelarón porque nadie lo veía. Un talk show que mantuvo su específico sentido de humor hasta el último momento, en uno de los episodios (cuando el show ya estaba cancelado), se le ocurrió la idea de poner solo a una persona en las gradas. La persona se paró a mitad de programa y se fue. También, tuvo como uno de sus invitados a un lápiz, y Galifianakis le preguntó: “así que dime, ¿cómo es esto de ser un lápiz en Hollywood?”.
Entonces fue este pasado viernes, en la sala de cine en Rio Hondo, que llegué a la conclusión de que todo es cuestión de timing; que está de uno seguir trabajando, con o sin público aplaudiendo, porque la oportunidad llegará. Fue increíble ver a 400 personas en un cine riéndose de la misma sensibilidad que nadie veía en aquel talk show.
Galifianakis claramente improvisó mucho de lo que terminó en The Hangover 2 y a la gente le gustó lo que improvisó. A sus 42 años, luego de quemarse las pestañas haciendo comedia por 15 años para 30 personas…él se lo merece.
Imagino que deben estar cansados de ver trailers o tv spots de The Hangover 2 por lo que mejor pongo la primera parte de Live at the Purple Onion de Galifianakis.