Seis de enero…día de reyes. Suena la alarma a las ocho y treinta de la mañana. Mi esposa se levanta: “¡Los reyes trajeron regalitos!” (en el día de navidad nos pusimos de acuerdo para regalarnos, aunque estuviéramos pela’os, con un máximo de gasto de cinco dólares). ¿Mi regalo? Un control remoto universal y un paquete de Oreos (me conoce bien). ¿Su regalo? Rachel Getting Married (increíble que ya esté a cinco pesos).
Anoche, mis papás vinieron a jugar Wii a nuestro apartamento y acordamos ir al cine, a la primera tanda del próximo día. Hoy, busco desde mi celular el horario de las tandas para las películas en Plaza del Sol (es el cine más cerca y en la tarde tenemos que estar en Vega Baja para compartir con los suegros). Eso quiere decir no a Biutiful y 127 hours (ambás estan en Fine Arts Café). The Fighter era muy temprano, ya se nos pasó y True Grit la ví, aunque admito haberme sentido mal por no verla con mi papá (un fánatico leal del Western). Hoy llegarón dos películas, Love and Other Drugs (la quiero ver pero era muy tarde, so fuera) y Hereafter.
Algo sucede cuando las películas salen en Puerto Rico dos meses después de que salieron en Estados Unidos, se pierde todo ese empuje y emoción que puede provocar en uno la campaña publicitaria pre-estreno mundial del filme. Sin embargo, con Hereafter, la situación fue distinta porque su publicidad nunca funcionó en mí, pero sí confío en Clint Eastwood como director y eso es suficiente para querer verla.
Plaza del Sol estaba vacío, todas las tiendas cerradas…cielo. Cuando le mencioné a mi papá la película que íbamos a ver dijo: “Ah, ¿no hay una comedia?”, y sí…había una comedia. Fucking Little Fockers (fuck!) casi me jode el fucking día pero no, mi papá la descartó tan pronto vio los dos bebés en el afiche.
El afiche de Hereafter también es un desastre. ¿Qué ha pasado con ese elemento de mercadeo de las películas? Ya no se está ni tratando. Antés (y esto no es un grito de nostalgia, es una prueba de eficiencia), una película protagonizada por Cary Grant tenía una foto prominente del actor, huyendo de un tren con el título del filme encima. Y eso es suficiente porque es un concepto limpio que me posiciona como espectador para la película que voy a ver. Ahora, la mayoría de los afiches contemporáneos son “beauty shots” decontextualizados, como si toda la estrategia publicitaria de la película fuera: “So, ¿te gusta Matt Damon? ¿te gusta Johnny Depp? ¿te gusta Angelina Jolie?”. Una estrategia chévere para la portada de Vanity Fair pero yo no vine a tirarme a Brad Pitt, vine a ver una película, ¿me podrían por lo menos comunicar algo acerca de lo que voy a ver? Gracias…
Entramos a la sala del cine (una de las grandes) y habían tres personas sentadas en la última fila. Hace un tiempo que no me siento en la silla del medio de la fila del medio por lo que aproveché esta oportunidad de hacerlo (se sentía bien, como si Eastwood nos hubiese preparado un “screening” privado).
Arrancan los cortos y no entiendo nada. Lo único que recuerdo es…pistolas, puños, patadas, gente hablando lento con caras de malos, música de heavy metal, explosiones y efectos de sonido demasiado altos. Este mundo se tiene que acabar.
Se apagan las luces y comienza Hereafter. En los primeros cinco minutos de esta película hay un evento catastrófico que te confirma que Clint Eastwood está viejo para jugar a hacer cine, esto es en serio. Su dirección está sólida a través de todo el filme y magistral en varias secuencias.
Y es que el guionista (Peter Morgan, The Queen) de esta película es hábil porque escribió un guión que cuenta tres historias separadas y evitó caer en las trampas que ha caído la mayoría de la gente que ha hecho cine en este contexto pos-Iñárritu. ¿Qué como lo hizo? En una película de Iñárritu se nos presenta una situación en la que está uno de los personajes, luego se corta a otra situación en la que está otro personaje y la historia de estos personajes se queda paralelamente en el aire hasta el final en el que se resuelven o culminan todas las situaciones. Esto se hace a través de estampas cortas, dos a cuatro minutos, y una edición caótica que en realidad funciona más para distraernos de lo facilonas que son las historias, que para moverlas hacia adelante. Hereafter, sin embargo, es una película de secuencias que empiezan y se acaban de manera satisfactoria. Aquí no hay “gimmicks”, nadie quiere distraerte, solo quieren contarte algo y sin prisa.
Una de esas secuencias comienza con dos niños, Marcus y Jason (interpretados por los gemelos Frankie y George McLaren), que con su propio dinero le pagan a un fotógrafo para que les haga un retrato profesional. Los gemelos llevan su foto, la colocan sobre una mesa en su casa y observan como su madre ignora el cuadro por el estado de embriaguez en que se encuentra. A la mañana siguiente tocan la puerta de la casa dos agentes de servicios sociales. Uno de los niños sacude a su madre para que se levante mientras que el otro distrae a los agentes (diciéndoles sin abrir la puerta, que su mamá que está en el supermercado), a la vez que prepara bolsas con artículos del hogar. Cuando la madre se despierta, los niños le entregan las bolsas de compra y la sacan por la puerta de atrás. Con su madre afuera, los niños dejan pasar a los agentes y cinco minutos después, ¿adivina quién toca la puerta?…la madre. Esta secuencia no acaba aquí, su final es trágico pero su ejecución es de admirar. El cambio de valores intra-secuencia, positivo a negativo, es tan complejo y rico en los detalles de su drama que Robert Mckee tiene que haberla visto con un babero. Esta película está repleta de este tipo de secuencias.
Lo inusual aquí fue la decisión de Eastwood (junto con sus editores) de mantener las secuencias intactas. Esta gente no cortó para ganar momentum ni energía falsa, su ritmo es preciso; y en el proceso lograron un contraste con la mayoría del cine americano (que está en cartelera) que me permitió un disfrute mayor de los elementos de la pieza. Lo pausado de su desarrollo me resultó refrescante, casi como si me estuviesen dejando empaparme en las circunstancias de estos personajes para así maximizar en el tercer acto el impacto dramático total del texto.
Y es ahí precisamente donde está el real gozo de este proyecto, en su impacto dramático. Este año me he encontrado admirando cine bien ejecutado en un nivel técnico pero con la incomodidad de que solo algunos (quizás ninguno) lograron envolverme a un nivel emocional. Hereafter lo logró.
Esta es una tendencia que desalienta. Desde que la auto-referencia y lo “pos-mo” se apoderó del cine en los años 90, algo ha sucedido con el producto cinematográfico americano; que se ha contaminado con la efectividad y el culto que ha tenido para con las audiencias el cine de Tarantino y de los Coens, y ha dejado relegado ese cine visceral que alguna vez hicieran Cassavetes o Lumet. Cada vez son más lo cinéfilos que se mean con la complejidad en la cámara de un película, con la hermosura fotográfica o con los personajes creados para vender camisas. Hace falta más cine americano como Hereafter, que preste toda su atención a la honestidad y al sentimiento real en su narrativa…y menos a las posibilidades de su “merchandising”.
Las actuaciones en la película están como todas las actuaciones en todas las películas de Eastwood, excelentes y sútiles. Específicamente Damon y Bryce Dallas Howard que se disparan la maroma de estar en una secuencia de casi 12 minutos en el mismo medio del filme, sin aburrir e impactando con cada cuadro…para pelos.
Todo está bien en esta propuesta.
A los diez minutos de película, mi esposa empezó a verse afectada emocionalmente por lo que estaba viendo en pantalla. “No se si esto fue una buena elección para ver en un día de reyes…” me dijo y le contesté, “El mejor regalo de reyes (o de cualquier día) es sentarse a ver una buena película”. Me quedo con mi elección. Cuando salimos, mis papás estuvieron hablando casi dos horas de la película y de lo mucho que les gustó. Eso no sucede con frecuencia. Algo pasó hoy en esa sala de cine, todo conspiró.
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